Luego subía mi cuarto y me dejaron un momento para que me "reencontrase" con mi cuarto. Mireia quería seguirme, pero mi madre dijo que tenía que guardar cosas. La dejé refunfuñando a mitad de la escalera.
Mi cuarto. Las paredes seguían pintadas de lila, todas llenas de posters, incluido el armario, la cama con mis sábanas favoritas, el escritorio, lleno de papeles, la silla... Era perfecto. Mireia se encargó de escabullirse y entró en mi cuarto. Estaba supercontenta, porque su confidente personal (yo) había vuelto.
- ¡Tía, tengo millones de cosas que contarte! -me dijo-. Liam está hiper atento conmigo, quedamos TODOS los días.
- ¿Y hoy? -pregunté.
- No, -negó-. Es un día especial, has venido.
-Oh, me alagas, doña "solo-existo-yo-y-nada-más-que-yo" -dije sonriendo.
Ella se enfurruñó y yo seguí guardando ropa.
- Era broma -le dije, cambiando de tema-. Bueno, a ver, Liam quién era... ¿Uno muy moreno, de pelo negro y ojos marrones?
-Sí -dijo más animada-. Está buenísimo, lo que pasa es que hace tiempo que tú no le ves.
- Pues, mañana, cuando quedéis me lo presentas.
- ¿Y si le llamo ahora?
-Bueno, si te deja mamá...
Mireia corrió escaleras abajo y, por supuesto, mi madre la dejó. Al rato llamaron al timbre y entró Liam. Escuché los saludos que le daban el resto de mi familia. Cuando subió le saludé.
- ¡Hola!
- Ho...hola -titubeó él.
- ¡No hagas eso, que es mi hermana, no... no...! -se me quedó mirando-. ¡No es una troglodita, macho!
Luego se fueron y salieron. Cuando volvieron, vi como en el portal se daban el beso típico de despedida y ella entraba muy felii.
- ¡Qué espabilado el niño ese! - le dije, se puso rojísima.
Mi hermana
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