-Komylen -llamó una voz dulce, pero extrañamente triste.
Una luz rompió la oscuridad. Una luz blanca. En ella se veía a una mujer, estaba sentada y tenía una rosa roja entre las manos. El pelo marrón oscuro le caía por los hombros. Llevaba un vestido muy largo de color negro. Tenía alas... Unas alas enormes y negras.
-Komylen -repitió la mujer-. Por fin nos vemos.
-¿Eres un ángel? -preguntó otra voz, familiar para Giselle.
Otra luz se iluminó: Karelle estaba allí, con la mirada fija en la mujer.
-¿Karelle? -llamó Giselle.
La aludida volvió la cabeza, y se sorprendió al verla allí, pero luego le volvió a dirigir la dura mirada reservada siempre para ella. Luego volvió a mirar al ángel negro.
-No -respondió la mujer a la pregunta de Karelle-. Bueno... algo parecido -extendió una triste sonrisa-. ¿Habéis visto esto? -dijo señalando la rosa roja que sujetaba-. Aquí se guarda vuestra sangre. Cada vez que alguien más se une a los Elegidos aumenta de tamaño, y se hace más hermosa, ¿no es fantástico? -terminó ante las miradas expectantes de las chicas-. Mi nombre es Jumsh. Soy una especie de "ángel" como decís vosotras.
-Mmm... -murmuró Giselle dubitativa-. ¿Por qué estás aquí?
Otra voz, esta vez la de un hombre, interrumpió a Jumsh:
-Odio cada una de las veces que te veo, bruja -gritó.
Las tres chicas se giraron. Era un chico de pelo castaño, ojos oscuros y mirada penetrante:
-¡Quieres engatusar a más gente! ¿No te vale con haber derrumbado todo mi mundo? -siguió acusándole él.
-No quieres escucharme -respondió Jumsh-. Yo no te he hecho nunca daño. Yo misma estoy encadenada por la persona a quién confundes conmigo.
Entonces apareció otra figura, esta vez no alcanzaron a definirla. Giró lo que parecía la cabeza y todos chillaron. Giselle sentía como si desde dentro le hirviese la sangre y todos sus músculos se encogiesen y la hiciesen presión. Luego no recordó nada más.
Jumsh
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