El lago estaba tranquilo, Karelle pasó sus finos dedos por la superficie del manto de agua. Hasta ese momento había pensado que Giselle era una mosquita muerta, incapaz de defenderse ante alguien como Karelle. Acababa de comprender que la chica sería un hueso duro de roer. No había conseguido dominarla, como esperaba, más bien la había`puesto en su contra. De todas formas la odiaba. Cuando apareció todo se le volvió más turbio: Tendrían que emprender la busqueda de los otros. Ella no quería abandonar el castillo de cristal, no por miedo ni que fuese una cobarde, era muy valiente, sino porque tenía sus propias razones personales para no querer alejarse del lugar.
Una figura plateada atravesó corriendo la arboleda y se plantó en frente de la Elegida. Era un elfo.
-¿Quién eres? -preguntó ella.
-Axolyan, para servirle, señora -respondió él haciendo una reverencia-. Me envía la reina. Quiere verla en el salón del trono ahora mismo.
-¿Es algo grave?
El elfo se encogió de hombros:
-No estoy permitido para saberlo.
Axolyan se marchó con la misma rapidez con la que había llegado. Karelle marchó hacia el palacio. Recorrió varios pasillos y llegó a la sala del trono, pero la Reina no se encontraba allí. Una puerta, la que llegaba al jardín, estaba abierta, y Karelle supuso que allí encontraría a la persona que buscaba.
La Reina Kaleia, esta vez con el cuerpo de una mujer de aproximadamente unos veinte años. Acariciaba los pétalos de una extraña y bonita flor:
-Es hermoso ver como crecen las flores -comentó-. Nacen, crecen y se convierten en las más bellas, en una eterna batalla por ser la flor perfecta. Hasta que empiezan a marchitarse -dijo mientres, con su magia, hacía que una de las flores se pusiese marrón y marchita-. Tienen el deseo de volver a renacer pero mueren. Eso le pasa a algunos humanos -terminó devolviendo a la flor a su estado original.
-Me habíais llamado, Majestad -recordó Karelle.
-Sí, cierto -afirmó la Reina-. Sabes perfectamente que ha llegado la hora de que tú y Giselle partáis. Sé que te duele dejar aquí a lo que más quieres, pero no es un inconveniente, haremos lo que podamos para que no sufras el dolor producido por la nostalgia.
-Pero... señora.
-Te lo prometo. Ahora sé que tienes problemas con la Komylen. No había más que escuchar los sollozos de Lia, que han llenado el castillo de tristes miradas. Pero necesito -Karelle iba a abrir la boca-. Solo necesito que lo intentes.
-Sí, Majestad.
-Ahora vete, intenta arreglar las cosas.
Karelle se inclinó ante ella y se fue, aun sin saber qué haría con Giselle.
Una figura plateada atravesó corriendo la arboleda y se plantó en frente de la Elegida. Era un elfo.
-¿Quién eres? -preguntó ella.
-Axolyan, para servirle, señora -respondió él haciendo una reverencia-. Me envía la reina. Quiere verla en el salón del trono ahora mismo.
-¿Es algo grave?
El elfo se encogió de hombros:
-No estoy permitido para saberlo.
Axolyan se marchó con la misma rapidez con la que había llegado. Karelle marchó hacia el palacio. Recorrió varios pasillos y llegó a la sala del trono, pero la Reina no se encontraba allí. Una puerta, la que llegaba al jardín, estaba abierta, y Karelle supuso que allí encontraría a la persona que buscaba.
La Reina Kaleia, esta vez con el cuerpo de una mujer de aproximadamente unos veinte años. Acariciaba los pétalos de una extraña y bonita flor:
-Es hermoso ver como crecen las flores -comentó-. Nacen, crecen y se convierten en las más bellas, en una eterna batalla por ser la flor perfecta. Hasta que empiezan a marchitarse -dijo mientres, con su magia, hacía que una de las flores se pusiese marrón y marchita-. Tienen el deseo de volver a renacer pero mueren. Eso le pasa a algunos humanos -terminó devolviendo a la flor a su estado original.
-Me habíais llamado, Majestad -recordó Karelle.
-Sí, cierto -afirmó la Reina-. Sabes perfectamente que ha llegado la hora de que tú y Giselle partáis. Sé que te duele dejar aquí a lo que más quieres, pero no es un inconveniente, haremos lo que podamos para que no sufras el dolor producido por la nostalgia.
-Pero... señora.
-Te lo prometo. Ahora sé que tienes problemas con la Komylen. No había más que escuchar los sollozos de Lia, que han llenado el castillo de tristes miradas. Pero necesito -Karelle iba a abrir la boca-. Solo necesito que lo intentes.
-Sí, Majestad.
-Ahora vete, intenta arreglar las cosas.
Karelle se inclinó ante ella y se fue, aun sin saber qué haría con Giselle.
La Reina
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